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Recortes de prensa: La Nueva Provincia, 4 de febrero de 2000
El hundimiento del “Monte Cervantes”
Por Enrique S. Inda Especial para LA NUEVA PROVINCIA
En Buenos Aires, la nave carga trigo y maíz, y el 15 de enero embarca 1.200 turistas, en su inmensa mayoría clase media, entre quienes se encontraban docentes, comerciantes, profesionales, algunos políticos, periodistas, legisladores y militares con sus familias.
Luego de una tranquila navegación, el “Monte Cervantes” pasa frente a Mar del Plata, fondea en Puerto Madryn, donde el pasaje bajó a tierra para recorrer la población. El viaje continúa a Punta Arenas, escala aprovechada por el pasaje para visitar la hermosa ciudad chilena del estrecho de Magallanes. Reanuda la navegación, ahora por el fantástico laberinto de los canales fueguinos hasta arribar a Ushuaia, entonces apenas una aldea de 1.800 habitantes. Maravillados por el paisaje, los excursionistas se demoraron caminando por el caserío y cercanías, asombrados por la pequeñez de la mítica población con su tétrico presidio, su legendario ferrocarril y los tristes penados con sus trajes a rayas custodiados por severos guardiacárceles. Fueron horas de deslumbramiento frente al paisaje de la bahía, las montañas nevadas y los bosques milenarios. Un día de sorpresas y alegrías. Pero la nave tenía prisa por continuar su itinerario, volviendo por el Canal de Beagle para contemplar los glaciares Italia y La Romanche y volver a Buenos Aires, con puntuales horarios fijados de antemano.
El 22 de enero de 1930 —se cumplie- ron 70 años—, el “Monte Cervantes” se alejó de Ushuaia, cariñosamente despedido por los pobladores, reunidos en el puerto para saludar a los pasajeros que, por breves horas, habían quebrado la monotonía y el aislamiento insular con su presencia, hablando con los vecinos y visitando los pocos comercios de esa época.
Pero, exactamente a las 12.45, cuando los habitantes de Ushuaia observaban extrañados y con temor, el peligroso rumbo de la nave, sucedió el desastre: el “Monte Cervantes”, en vez de rodear el faro Les Eclaireurs dejándolo a la derecha, cruzó en un giro muy abierto por el sector “No recomendable” según las cartas, encallando contra las rocas cercanas al faro. Afortunadamente, en una maniobra desesperada, el buque quedó atrapado sobre los peñascos sumergidos, hundiéndose parte de la proa. Eso permitió arriar todos los botes y poner a salvo a pasajeros y tripulantes, recogidos posteriormente por el Transporte Nacional “Vicente Fidel López” que se encontraba en el puerto, y por naves de una División Naval de Avisos, casualmente de visita por el Canal de Beagle, en la bahía de Ushuaia. Se salvaron todos. Menos el capitán, Theodoro Dreyer, que prefirió hundirse con su nave, cuando a la noche siguiente, el casco se dio vuelta dejando su popa con el timón y las hélices al aire. Así se lo vio durante 24 años.
Hospitalidad fueguina
El naufragio del crucero alemán causó consternación en Buenos Aires, hasta que los sucesivos despachos radiotelegráficos, confirmaron el salvamento de todo el pasaje.
Los náufragos fueron socorridos y alojados en los hogares de la escasa población de Ushuaia; parte de los hombres en dependencias de la cárcel, la biblioteca “Sarmiento”, la iglesia de la Avenida Maipú, la Prefectura y el pequeño hospital. Todos los pocos habitantes cedieron generosamente sus camas, ropas y colchones para dar alojamiento gratis a familias enteras, con sus niños o adolescentes. Fue una demostración de auténtica hospitalidad desinteresada, de una remota sociedad de humildes empleados públicos, cuando Ushuaia no contaba con pavimentos, ni teléfono, radio, televisión; sin servicios aéreos y cuya única comunicación eran los buques de los Transportes Navales que llegaban cada dos o tres meses.
El 28 de enero, seis días después del naufragio, arribó el buque “Monte Sarmiento”, fletado expresamente desde Buenos Aires para auxiliar a los náufragos y acelerar su traslado.
Reflotamiento y hundimiento final
Trece años después, en 1943, un empresario italiano, don Leopoldo Simoncini visita Ushuaia y descubre el buque hundido. Se enamora de la idea de reflotarlo. Vuelve a Buenos Aires, se asesora con técnicos navales y se lanza a la ejecución del proyecto de salvar al crucero alemán, invirtiendo su fortuna, con un entusiasmo y consagración admirable, donde primó más la hazaña del reflotamiento, que el inseguro resultado económico. Con la ayuda de créditos del Banco Industrial, adquirió los equipos, contrató buzos alemanes y durante diez años, de día y aún de noche, se trabajó por el salvamento del “Monte Cervantes”. Diez años verdaderamente heroicos; con peligrosas tareas realizadas por buzos, técnicos y obreros, con cientos y cientos de inmersiones en las heladas aguas del Canal de Beagle y riesgosas maniobras submarinas, para cerrar aberturas, cortar mástiles, chimeneas y parte de los puentes, a fin de poner el casco en condiciones de reflotarlo invertido, remolcarlo a Ushuaia, darlo vuelta y llevarlo a Buenos Aires. Pero cuando el reflotamiento ya era un éxito, sucedió lo inesperado: el 7 de octubre de 1954, tres poderosos remolcadores de Marina, el “Chiriguano”, “Sanavirón” y el “Guaraní” —este último hundido por un tremendo temporal en 1958— consiguieron zafarlo de las rocas, pero en el remolque, algo falló en su interior, hundiéndose definitivamente.
El “Chiriguano” y el “Saint Cristopher” —sumado al operativo, hoy varado en Ushuaia— tuvieron que cortar las amarras para no ser arrastrados al fondo del mar. El “Monte Cervantes” hoy se encuentra hundido a 140 metros de profundidad en el Canal de Beagle.
Curiosamente, así como su primer hundimiento en 1930, fue seguido, en julio de ese mismo año, por la caída del tranvía en el Riachuelo y en septiembre, la Revolución del General Uriburu, que inauguró la sucesión de golpes militares, el frustrado remolque del “Monte Cervantes”, en el turbulento y conflictivo 1954, fue seguido por el bombardeo de la Casa de Gobierno y la Plaza de Mayo, en junio de 1955, y en septiembre, por la Revolución Libertadora que puso fin al segundo gobierno del presidente Perón. Viejos marinos sentenciaron que el “Monte Cervantes” había nacido con mala estrella desde la botadura y terminó su corta vida, llevándose al fondo del mar los secretos de su aciago destino.
Enrique S. Inda es autor de El tesoro del “Monte Cervantes”, publicado por ediciones Marymar, el pasado año.
LA NUEVA PROVINCIA Bahía Blanca, viernes 4 de febrero de 2000 Archivo-LNP
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